La última navidad

Confieso (y me declaro muy culpable), que desde niña, me han aterrado las profecías del fin del mundo. Sobreviví a la primera, que sería en Navidad de 1994, porque el fin del mundo sería 2000 años exactos después del nacimiento de Cristo, y había un error de cálculo en nuestro calendario. Salvo enterarme que Santa Claus no existe, y que sería el primer año en acompañar a mi papá por los regalos de mis hermanas, no pasó nada.

Después siguió el 2000, las visiones del Apocalipsis, y los carros voladores. ¿Tampoco? Pues no, es 2011, y el mundo sigue vivito y coleando. Más contaminado, más poblado, más peleado, pero tan vivo y colorido como siempre.

Según los mayas, nos queda un año de vida. Y según otros locos sobreexplotados por los canales de documentales de la televisión por cable. ¿Y si no? ¿Y si sí? Para desahogar mi angustia, voy a escribir que esta es la última Navidad, porque el mundo se acaba el 22 de Diciembre del 2012. Y si no, pues a los mayas nomás se les acabó el calendario, Nostradamus está de nuevo equivocado, y todo lo demás.

Si fuera la última navidad, me gustaría que, al menos, la mitad del mundo lo supiera. Que el 50% de la población del mundo fuera conciente, de que le quedan 11 meses y veintitantos días de vida. El resto de la humanidad, se enteraría por inercia. Hay una película de Robert de Niro y Morgan Freeman, de dos hombres condenados a morir por una enfermedad insuperable, y hacen cosas extraordinarias. Ese es mi deseo, la actitud de un final cercano cambia las percepciones normales.

Muchos padres trabajarían menos, y disfrutarían más a sus hijos. Sobre todo aquellos que se pasan el día con el nudo en la garganta pensando en las colegiaturas universitarias. ¿Estudiar? ¿para qué?, vete a Europa o Disneylandia, es mucho más barato que un semestre en la mayoría de las escuelas privadas, y disfrutarás más a tu familia que un papel y una cédula para seguir trabajando.

Habría salvadores que fueran más ecologistas: cambiarían su carro por una bicicleta, reciclarían más, comerían mejor, harían ejercicio, ahorrarían… todo con la esperanza de que sobrevivirá el más apto, y, si el esfuerzo funcionara, surgiría una nueva cultura del mundo y su cuidado.

La fe sería más fuerte. Muchos pedirían perdón a Dios, a sus amigos, a sus familias. Pedirían una oportunidad. Buscarían la paz en lo que hacen, dejarían de perder el tiempo peleando por tonterías, en rencores y en luchas absurdas.
Viéndolo por el lado amable, encuentro muchas actitudes positivas ante un final inminente. Por supuesto, no faltarían los caóticos acumuladores, de comida, de dinero, de lo que sea. Esas ratas que se parecen tanto a los que ven en el 2012 su salida del Gobierno como fatalismo. Por el contrario, existirían quienes tienen más fortuna de la que pueden gastar, se programarían para vivir bien y felices, y repartirían lo demás. ¿Qué caso tendría morir rico y solo? ¿Qué caso guardar tanto, si a alguien más le falta lo que tu puedes dar?

Si existiera el amor del fin del mundo, sería perfecto. “Juntos hasta el final”, sería más contundente que algunas bodas actuales, que se preparan “por si algún día me divorcio”. ¡Qué rápido pasa el tiempo para tantos, sin decir un “te quiero”! ¿Buscarías un ideal, o sabes con quien estarías? ¿Tus padres, tu pareja, tus hermanos, tus hijos?

Quizá, carecemos de certeza del fin del mundo por lo mismo. Por los que deciden hacer lo mejor de su vida, por los que deciden hacer lo malo de la misma. Para amar y sufrir en la medida de la incertidumbre del tiempo y su belleza; y que ese final tan sorpresivo para tantos, tan ignorado por la gran mayoría, nos permita un juicio final a nuestra medida, desprevenidos de mentiras, pecados y odios, que hemos decidido arrastrar indefinidamente, o bien, recibiendo la satisfacción de haber hecho algo bueno con nuestra vida.

Feliz 2012, les deseo que se llene de puras buenas noticias y sabias decisiones.

Renée Angélica García

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